Comentario
La disgregación de la soberanía dentro del Imperio sobrepasaba, en mucho, la existente en otros ámbitos. Tres o cuatro centenares de pequeñas células políticas (algunas no tan diminutas) constituían el conglomerado imperial. Un primer grupo, que destacaba sobre el resto, estaba formado por las tierras controladas por los príncipes electores, que desde la decisiva normativa para la organización del Imperio dada por el emperador Carlos IV en 1356, conocida como "Bula de Oro", eran siete: tres eclesiásticos y cuatro laicos, a saber, los arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia, a los que se sumaban el rey de Bohemia, el duque de Sajonia, el conde del Palatinado del Rin y el marqués de Brandeburgo, que juntos integraban el colegio de electores, de relevante significación a la hora de marcar los destinos y la trayectoria política imperial. Otro grupo, muy amplio, quedaba integrado por los numerosos príncipes y señores, tanto seculares como religiosos, que se repartían otros tantos territorios sobre los que ejercían su jurisdicción. Estaban; además, los abundantes núcleos urbanos libres, que asimismo aparecían como entidades con gobierno propio, que, aunque teóricamente quedaban catalogadas como ciudades imperiales, en la práctica se regían autónomamente, mostrándose más bien casi como repúblicas independientes.
Desde la "Bula de oro" los privilegios de los grandes príncipes se habían visto confirmados, lo que suponía el disfrute de importantes prerrogativas, como eran la de poder acuñar monedas en sus territorios, la capacidad de movilizar levas de soldados, la explotación de minas y, en general, el control económico de sus posesiones, el disfrute de ciertas gracias si delinquían, etcétera. En suma, asumieron la completa jurisdicción de sus Estados: política, militar, judicial, económica, con lo cual el poder del emperador en amplias zonas del Imperio fue sólo nominal, todavía más desde el momento en que estos privilegios jurisdiccionales fueron extendiéndose también a una buena parte de la nobleza que vio así incrementadas sus propias posibilidades de actuación, al igual que ocurrió con las ciudades libres a medida que el desarrollo urbano fue generando una burguesía dinámica y ambiciosa que poco a poco pasó a convertirse en influyente oligarquía local.